El sábado 13 de septiembre “Espumas y Terciopelo” se presentaban en el
conocido foro Landó de Toluca, llegamos ahí con nuestras máscaras,
nuestras cámaras y una pregunta que nos veníamos haciendo desde hace ya varios
días: ¿Quiénes?"
No hicimos nuestra tarea. Fuimos al Landó
como quien dice “al chilazo”, pero con la esperanza de que la ignorancia que
habíamos elegido como santa patrona de esa noche —en parte por flojera, en
parte por misticismo— nos llenara los ojos de fotos y los labios de letras de canciones. Lo hizo.
Llegamos al foro a eso de las 8:30 p.m. y
aparte del control de acceso, no había nadie afuera, así que entramos para
matar la curiosidad, esperando no morir en el intento. Una banda estaba en
soundcheck y al vernos atravesar la puerta de entrada nos dirigieron un amistoso “¡Hola!”. Nos acomodamos en el primer rincón que vimos mientras el acto de telón de la noche, Nikolas Murdock —que es tan bueno que merece su propia reseña— nos hablaba de
su vida, de sus influencias, de sus nervios y de cómo lo habían asaltado hace dos semanas. En eso andábamos cuando empezó un estribillo que de
inmediato jaló nuestros oídos al escenario. La banda del soundcheck era
“Espumas y Tercipelo” y terminaban de ecualizarse con esa canción que dice quiero ser gigante.
Todos queremos ser gigantes y con esa canción nos acercamos un poco. Espumas terminó con la prueba y la bella vocal caminó sonriendo hacía la mesa que habíamos elegido como base de operaciones: se presentó como Maricha, nos presentamos como La Oveja y platicamos un rato mientras Nikolas se subía a ecualizar su guitarra. Maricha se tuvo que ir para cambiarse, pero quedamos en tomarnos fotos y mientras tanto fuimos a ver si nos regalaban unas cervezas. Ni una.
Nikolas Murdock terminó su soundcheck y el público comenzó a entrar. Nos sentamos en el rincón elegido y esperamos a que la vida pasara hasta que nos dio sed, entonces fuimos a la barra, en donde coincidimos de nuevo con Maricha, quien estaba hablando de vino. Nos invitó al camerino, en donde conocimos al otro integrante; Memo Andrés y nos pusimos a platicar con ellos durante un buen rato. En ese rato nos regalaron un disco, y nos lo firmaron, les regalamos unas mascaras y se las firmamos. Nos contaron como fue que unas clases de guitarra que se convirtieron en cenas que se transformaron en una aventura en Chiapas para aprender sobre sustentabilidad, fueron parte fundamental para definir el sonido que ahora tienen en sus voces e instrumentos.
Memo y Maricha forman un dueto que rescata la música y el folklore mexicano tradicional. Lo acarician, le coquetean, lo seducen y conquistan para luego transmutarlo como alquimistas de carnaval, dotándolo de un sonido fresco, alegre y sincero. Entre mariachis, baladas, trompetas, marimbas y un montón de percusiones en las manos de Maricha, sus canciones también caminan de la mano de un bajo eléctrico y una batería.
Nikolas Murdock comenzó a tocar con una solitaria guitarra negra y su maleable tono de voz, que en conjunto, llenaron al Landó de una atmosfera folk digna de los mas grandes halagos de Colin Meloy.
Se bajó del escenario y unos minutos después Maricha y Memo, acompañados de sus
músicos que también son bien buena onda, convirtieron el foro en una línea del
tiempo folklórica a través de la música mexicana.
La música de Espumas y Terciopelo nos
recuerda de donde venimos. Nos agita la cabeza al tiempo que nos implora no
olvidar nuestras raíces y de paso nos pone a bailar, ese baile sincero que
surge únicamente cuando realmente tenemos ganas de expresarnos con el cuerpo;
bailar como sea, pero bailar con todos los huesos y todos los órganos que
hay en nuestro interior.
Tocaron su primer producción discográfica completita y nos deleitaron con otros sencillos que esperamos pronto generen un nuevo álbum, porque neta, nos dejaron con ganas de más. Nos quedamos con más de lo que esperábamos y eso siempre es bueno, más aún cuando no sabías lo que te esperaba. Descubrimos que además de ser músicos con un talento increíble, Los Espumas tienen una calidez humana tan grande como sus sonrisas, sus halagos y su energía cuando se suben a tocar a un escenario. Tocar, por sonar, por bailar, por vivir.
A lo largo de su concierto dedicaron y
dedicaron canciones al punto de que prácticamente ningún ser humano, existente
y no existente, se quedó sin un tema de Maricha y Memo. A nosotros
nos dedicaron “cabras” mientras Maricha usaba la mascara que le regalamos y balaba el himno no oficial de la OVT, el episodio más bizarro y genial de nuestra carrera como periódico clandestino underground vintage vegetariano no oficial. Intentaron cerrar su concierto, pero el Landó al grito de "¡otra! ¡otra! ¡otra!" no los dejaba irse y regalaron dos canciones más. Se bajaron del escenario y de inmediato se vieron rodeados de fans que les pedían autógrafos en sus discos, en algún papelito que llevaran o en su defecto, en prendas que estuvieran usando. Nos despedimos de ellos esperando
volver a verlos pronto por acá, porque lo que en un inicio se presentaba como una aventura indefinida, terminó para nosotros con el ya tradicional "Que bueno que vine" de cada toquin que nos regala experiencias inolvidables.
En
nuestra realidad postmoderna, donde las raíces se pierden y se adoptan rasgos
de otras culturas para poder sobrellevar el sistema de consumo al que estamos
acostumbrados, se agradecen las propuestas como las de Maricha y Memo. Se
agradece que nos recuerden que la calidad está presente en todos lados si las
cosas se saben hacer bien y que nuestro país es tan rico; que se pueden pintar
bosques, desiertos, selvas, tundras y carnavales con únicamente la creatividad de dos
personas, algunos instrumentos musicales y muchas sonrisas; por puro amor al arte.