Homofóbico
reformado que soy, he de aceptar que en algún momento de mi vida -por ahí de la
secundaria, cuando mi meta en la vida era comprar alcohol en el oxxo sin que me
pidieran mi IFE y colarme a los antros- detesté a las personas que mostraban
abiertamente sentimientos amorosos hacía alguien del mismo sexo. Sí, me cagaban
los gays y no, no estoy orgulloso de esa etapa. No soportaba la idea de tener que
convivir, ni siquiera en el mismo salón de clases, con una persona homosexual.
No se diga una pareja. Recuerdo que un día, a mis 14 años, fui interrogado por
una compañera mucho más madura e inteligente que yo con la siguiente pregunta:
-¿Y
qué harías si tu hijo fuera gay?-
-Lo
mato-
Epítome
de la ignorancia, Neanderthal que se coló al siglo XXI, aborto de Hitler. Así
es como me siento hoy cuando recuerdo ese terrible capítulo de mi vida, esa
odiosa respuesta. Quizás, y no lo digo por excusarme, la culpa no era del todo
mía. Mis padres nunca estaban en casa por cuestiones laborales, así que crecí
con la tía que se ofreció a cuidarme dentro de una familia tradicional, de costumbres
muy arraigadas, enteramente católica y, para colmo, priista. No era de sorprender
que yo pusiera en práctica lo que veía en su casa y no era de sorprender que
creciera con una mentalidad tan cerrada.
Lo
que sí era mi responsabilidad era cambiar mi forma de pensar al ritmo de mi
crecimiento, madurez y educación. Educación nada barata, por cierto. Educación
que me puso un “estate quieto” y me dijo “todos somos seres humanos”. Educación
que me mostró que la comunidad LGBT tiene los mismos derechos que los
heterosexuales por el simple hecho de ser seres humanos. Educación que me
brindó el placer de conocer a personas diversas; con orígenes culturales
diferentes, con profesiones diferentes, con preferencias sexuales diferentes.
Educación que me permitió ver en la discriminación a uno de los más grandes
enemigos de este país.
Educación.
Educación. Educación.
Cómo
todos ya sabemos, el pasado sábado 10 de septiembre se suscitaron marchas en
toda la república con el fin de evitar el reconocimiento legal del matrimonio
entre personas del mismo sexo. Me pareció verdaderamente triste e indignante
lo que veía en los medios de comunicación; principalmente en redes sociales. Y no era sólo por el enorme retroceso que sus demandas significan para el país, sino también
por el bajísimo nivel cultural y de información que muchas personas asistentes
presumían al momento de manifestarse.
#LongStoryShort:
Pude ver la falta de educación en pancartas con faltas de ortografía, en
carteles exigiendo la no equidad de género en la constitución (¿?), en marchas
encabezadas por miembros del clero, y lo más escalofriante de todo: vi niños. Niños y niñas que deberían ser la generación de la inclusión abogando por la
supresión de derechos a una minoría. Niños que no saben que la discriminación
fue el motor de la inquisición y del holocausto, entre miles de horrores más.
Niños que no tienen idea de lo que eso significa, pero ahí había niños y eso me
aterró, porque me vi reflejado cuando tenía su edad.
Lo
siento por lo que voy a decir, pero en un momento tuve que decidir si seguir a
la iglesia o seguir al hombre; y adivinen con quien jalé. La iglesia no será mi
amiga hasta que cambie su discurso de odio, su doble moral y sea congruente con
sus principios. Ya lo acusó el padre Alejandro Solalinde (link), una de las pocas
voces congruentes que le quedan a una institución manchada por la corrupción,
el retroceso y la discriminación.
Me alegra, y muchísimo, que la Suprema Corte
de Justicia de la Nación les halla dicho: “No”.
Me alegra muchísimo que haya una gran cantidad de personas expresándose a favor de la no discriminación.
Si
estás leyendo esto es porque sigues un medio dirigido a un sector de la
población que puede acceder, no sólo a una formación universitaria, sino a la
mejor educación profesional que México y América Latina pueden dar. Te pido que
le hagas honor a esto y que encamines tu andar profesional a la tolerancia, a
la inclusión, a la lucha incansable por la igualdad en todos los sentidos.
Tristemente, México no es punta de lanza en materia de derechos humanos; pero
intenta seguir los pasos de aquellos países que sí lo son y tú puedes contribuir
a que se acerque a esa anhelada realidad. A que el lugar en el que vivimos sea
ideal no sólo para unos cuantos. A demostrar que somos mejores de lo que Donald
Trump dice que somos.
Llámenme
hippie soñador, pero háganlo mientras dibujo arcoíris con florecitas en los
rostros, en las manos y en los labios de todos aquellos que se niegan a aceptar
la realidad actual del mundo, y su necesidad de cambio a favor de una sociedad
más amigable consigo misma, porque esta es nuestra obligación frente a la
homofobia.
Amor
y Paz.
La presente columna refleja la opinión del autor y no necesariamente la de La Oveja Turquesa, cualquier pedo échenselo a él.
Frido Pasternack es egresado del ITESM campus Toluca y miembro fundador de la OVT. Ha trabajado en diversos programas locales de televisión y colaborado con varias revistas, entre las que destacan: "Etcétera", "Warp" y "La Colmena" de la UAEM.
Frido Pasternack es egresado del ITESM campus Toluca y miembro fundador de la OVT. Ha trabajado en diversos programas locales de televisión y colaborado con varias revistas, entre las que destacan: "Etcétera", "Warp" y "La Colmena" de la UAEM.